Acompañada por cantos sagrados de todo el mundo, una figura religiosa gira sobre un punto fijo y se descubre ante el espectador con el rostro de una divinidad diferente cada vez. El autor de I believe in God (Creo en Dios), Sebastiano Mauri, describe esta instalación como “una misa panteística”.
En total cien divinidades conforman este trabajo, que su autor comenzó durante la anterior administración estadounidense, período que él llama la edad de Bush; cuando, con la guerra en Iraq, hicieron una suerte de división del mundo y concibieron la idea del llamado Eje del mal; concepto que parece fruto del más extremo fundamentalismo. Este hecho inverosímil, señalaba Mauri, revivía la época de las cruzadas cristianas. La humanidad otra vez estaba siendo dividida por credos religiosos “cuando la intención de la religión tendría que ser justamente lo opuesto: juntar a la gente”. La obra es una suerte de crítica, un cuestionamiento a las religiones monoteísticas, que establecen su dios como el único y verdadero, desconociendo todo lo que esté fuera de lo que vendría siendo una hegemonía teológica. |